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viernes, 05 de mayo de 2017cermi.es semanal Nº 256

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"4,32 millones de personas con discapacidad,
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Opinión

En la buena dirección

Piedad y terror

Por José Manuel González Huesa, director de “cermi.es semanal” y director general de Servimedia

05/05/2017

José Manuel González Huesa, director de “cermi.es semanal” y director general de Servimedia¿Cómo es posible que alguien represente dos términos tan antagónicos? No es la primera vez. Como todos los genios, sigue la estela de los viejos maestros. Yo vi la obra tras su histórico viaje a Madrid en los años 80. Entonces, todo era nuevo. Teníamos una incultura preocupante. Formamos una cola enorme, de varias horas, hasta que entramos en el Casón del Buen Retiro. Un palacio histórico recuperado sólo para una obra gigante, para el mural más popular del mundo: Guernica.
 
El cuadro más famoso de Picasso y uno de los más conocidos. Entonces, no éramos del todo conscientes del valor que tenía el artista malagueño que se exilió en Francia. Su obra superaba fronteras. Este cuadro, al pisar la tierra española, supuso la confirmación de que se iniciaba una etapa de reconocimiento de derechos y libertades. Un espaldarazo a nuestra joven democracia.
 
Aunque muchos estudiosos del arte han escrito infinidad de tratados sobre esta obra, cada uno ve en el arte el reflejo de sus ángeles y sus demonios. A mí me gustaría resaltar algunos, traducir esa deformidad que Picasso traslada al mural con un estilo propio, tan identificable que lo hace único.
 
Esta obra no es sólo un grito contra cualquier conflicto en cualquier lugar, es un alegato contra las injusticias, las indiferencias, donde conviven animales y personas en un marcado tapiz de encuentro y de lucha contra quien pretende hacer el mal a los demás.
 
La mitología del toro, tan insistente en Picasso, es un asunto recurrente en todas las civilizaciones. La sublevación contra la barbarie tiene una legión de autores en diferentes culturas. Lo que hace a esta obra distinta es la superposición de figuras, la iluminación del terror, los grises que no necesitan sacar a la luz su color.
 
En el  mural tiene tanta fuerza esa mano suelta con una lámpara o con un puñal como la figura de la madre con su hijo (otro referente mitológico). Las caras que gritan hacia el cielo entre llamas como las caras caídas al suelo o las que se aferran en correr hacia el centro del cuadro. El caballo que se traga una bomba como el pájaro alado que apenas se aprecia en el fondo.
 
Todo tiene su importancia. No hay ninguna figura completa. Los escorzos se escuchan aunque no se oigan. Y sus consecuencias son terribles. Nadie escapa de la desdicha. Como diría Cervantes, este cuadro es una suma de “escacharrados”. La guerra no sólo genera muertes, también provoca discapacidades, así ha sido toda la vida y lo seguirá siendo. Quién se ocupará de esa persona que ha perdido un miembro de su cuerpo, o la audición o la vista o haya quedado con una enfermedad mental o psíquica de por vida. Quién se encargará de cuidar a quienes más lo necesitan. Esa es la otra parte de este cuadro que no lo explicita pero que lo anuncia.
 
Una sociedad segada, manipulada o cortocircuitada necesita la ayuda de todos. La igualdad de oportunidades. La confluencia de la diferencia. El camino en el que necesitamos el apoyo de otro para cualquier persona.
 
Esta es mi otra visión que ahora he revivido en el museo Reina Sofía, que provoca de nuevo colas interminables de personas que quieren ver su realidad, distinta a la de los demás pero tan interesante como cualquier otra. Esa es la vida: los diferentes puntos de vista sobre un mismo tema. En la riqueza de lo distinto está la base de una sociedad plural y rica.
 
Todo eso gracias a un genio del arte que se anticipó a su época y marcó un destino de lo que vendría años más tarde y que supone una vuelta a los orígenes. Su año de nacimiento (1881) determina en España el inicio del arte moderno y del museo donde ahora reside su obra. Su imagen refleja la piedad y el terror, la ambivalencia del ser humano.
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